EXTRAÑOS EN UN AUTOBÚS
No puedo dejar de mirarlo preguntándome qué hace aquí
o si realmente es él. Cuanto más analizo su aspecto en busca de argumentos que
respalden mis sospechas y doy más vueltas al asunto estoy cada vez más segura de
ello. Ese rizo en su frente le delata, pero esas gafas de pasta me despistan un
poco. Intentaré concentrarme en otra cosa, como esta revista sobre las nuevas
tendencias del verano, qué colores tan chillones, pero vuelvo a mirar. Él ya no
está aquí. No puede ser, el autobús no ha parado todavía, o sí, no sé. No se
oye la música en el autobús, van a dar una noticia de última hora, parece que
un incendio se está produciendo a dos manzanas de aquí, en la calle César Elguezabal. Me voy, me bajo ya, en la siguiente parada, si salgo corriendo no me
lo perderé, porque algo me dice que al llegar encontraré la respuesta a mis
preguntas.
Efectivamente,
de entre toda la gente que se agolpa contra las vallas de contención y los
bomberos apagando el fuego, una figura inconfundible sostiene entre los brazos
a un persona medio inconsciente por el humo. Siempre había mantenido la opinión
de que un mono azul ajustado al cuerpo con unos calzoncillos rojos por encima
no podían quedarle bien a nadie, ¡menuda horterada! Pero me equivoqué, a él le
sientan de muerte. ¿Qué hace aquí? A tantos kilómetros de Metrópolis, ¿estará de
vacaciones? No es tan extraño, a los americanos les encanta nuestro país. Me
está mirando justo en este momento y sonríe con el rizo pegado a su frente y
cada vez hace más calor y no sé si es por el incendio o porque es julio en
Alicante o por qué será, pero empiezo a notar que mis piernas se están
debilitando y que me estoy desvaneciendo. Además, ya no me da tiempo a coger el
próximo autobús y necesito llegar volando al trabajo.
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