Escribiendo sobre agua.

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jueves, 29 de enero de 2015

DOS MUJERES Y UN TRAPITO


Parada frente al expositor, Claudia mide palmo a palmo el contorno de la figura del maniquí haciéndose a la idea de cómo quedaría ese modelito pegado a su piel. Aún no son ni las diez y media de la mañana pero en la tienda no cabe un alfiler. Se da la vuelta con decisión y a la vez con urgencia de encontrar una dependienta que pueda atenderla. Una señorita morena de pelo corto ya está dispuesta esperando detrás de ella.

-Buenos días, ¿quiere probárselo?-

A Claudia le brillaron los ojos cuando escuchó esa pregunta, era como si un genio maravilloso estuviera dispuesto a cumplir sus deseos.

-Por supuesto, si es tan amable de descolgarlo se lo agradeceré.

Ambas hablaban de espaldas al mostrador y no se percataron de lo que estaba sucediendo mientras tanto. Cuando volvieron la vista al expositor, el traje de baño ya no estaba allí.

La dependienta estaba muy desconcertada y a Claudia casi le faltaba el aire. Ese bikini era lo que había estado buscando desde principio de verano. Era perfecto en toda su forma, el color cálido realzaría el tono de su morena piel, el tejido suave la acariciaría bajo los rayos del sol y el precio reducido era el que se podía permitir. “¿Dónde está? ¡Maldita sea!”, pensó.

Un segundo antes de que Lola pudiera entrar al probador notó tras de sí una especie de presencia amenazante y acto seguido una mujer de mediana estatura posiblemente de su misma edad, empezó a tirar de la prenda intentando arrebatársela mientras le decía:

-Lo siento guapa, yo lo vi primero. Tendrás que buscarte otro trapito que te valga, este es mío.

Lola se quedó de una pieza y tiró hacia sí de la tela para evitar que escapara de sus manos.

-Disculpa pero en otra ocasión deberás ser más rápida. Ahora, si no te importa, voy a probármelo.

Durante el breve instante en el que las dos mujeres intercambiaron palabras como puñales, la dependienta que había atendido a Claudia comentaba con su compañera lo que estaba sucediendo. Las dos vendedoras habían visto en más de una ocasión escenas como esa y sabían que aquello no podría acabar bien.

-Parece que no me has entendido, todo esto es una grave confusión, ese traje de baño lo tenía reservado, así que no te lo puedes llevar.- Le dijo Claudia a su rival.

-No me hagas reír. Te has encaprichado de esta joya y no sabes que hacer para que sea tuya. Pero en rebajas todo vale y esta preciosidad se va a venir conmigo. Además, creo que a mí me sentará mejor que a ti.

A Claudia le empezó a subir un calor diabólico hacia la cara y sus ojos azules parecía que iban a salirse de sus cuencas. Agarró de nuevo la prenda y estiró con todas sus fuerzas.

-He dicho que no te lo vas a llevar.

Lola a su vez también estiró y entre ambas comenzó una batalla sin cuartel que no daría pie a nada bueno. Las dependientas trataron de calmar los ánimos pero había tanta gente que tuvieron que desistir para seguir atendiendo al resto de clientes. Claudia y Lola seguían forcejeando a gritos como dos histéricas hasta que sucedió lo inevitable.

La solución salomónica había llegado. Violentamente cayeron hacia atrás y acabaron sentadas en el suelo del pasillo como muñecas rotas, cada una con un trozo de tela en la mano. Todavía se miraban con odio feroz cuando, juntos, aparecieron Luis y Carlos hablando animadamente entre ellos. Se quedaron como estatuas al ver la escena.

Luis fue el primero en hablar: -Cariño, ¿qué ha pasado?

Claudia bajó la cabeza avergonzada y no supo qué contestar. A su vez Carlos le preguntó lo mismo a Lola y obtuvo idéntica respuesta.

Pasados unos segundos. Carlos abrazó a Luis por encima de los hombros y le dijo a su novia:
-Lola, te presento a mi amigo Luis. Es con quien te dije que iríamos hoy a comer. ¿A qué tiene gracia que nos hayamos encontrado justo hoy aquí?

Sin apartar la vista de Claudia, Lola respondió con desgana:-Si, qué suerte.