El sonido del teléfono en medio de aquel silencio irrompible, hizo que Amelia botase en el asiento. Estaba muy ensimismada en sus pensamientos y en absoluto esperaba que nada la hiciera salir del trance de su mundo interior. Agarró el teléfono y miró la identificación en la pantalla, se asombró mucho al comprobar a quien pertenecía el número. Era él. Hacía casi un año que lo había visto y sólo sabía de él que se había casado hacía unos meses. Más que la curiosidad por conocer la razón de su llamada, fue el deseo de volver a oír su voz y sentir el cálido tono de sus palabras lo que la hizo responder.
-¡Marcos,
me alegro tanto de oírte!- disimulaba un nudo en su garganta.-
-Tenía
ganas de hablar con alguien. Me encuentro muy solo.-
-¿Y
Claudia? ¿Os habéis enfadado?- Se veía obligada a sacarle las palabras a la
fuerza como había hecho siempre.
-No,
estamos bien. Pero necesito hablar contigo. Eres la única persona con la que
puedo hablar de esto.-
Las últimas
palabras que se dijeron no fueron muy amables, y resultaba que ahora necesitaba
hablar con ella. Estaba sorprendida.
-Pues
aquí estoy- le respondió con tono firme y cálido a la vez.
-Amelia,
eres tan buena conmigo…, siempre lo has sido. ¿Recuerdas cómo nos conocimos?-
-Sí,
nunca lo olvidaré- le dijo con un gesto soñador en los ojos.
De
pronto la habitación entera se volvió blanca, ya no tenía el teléfono en la
mano, tampoco hablaba con Marcos en la distancia, estaban a solo un palmo de
distancia. Habían retrocedido en el tiempo y ahora eran niños otra vez.
Se
encontraban sentados el uno al lado del otro sin decirse nada como único punto
en común. Parecían dos pajarillos asustadizos que deseaban desplegar las alas y
volar lejos de allí. No hacían más que mirarse y cuando Amelia se dispuso a levantarse
para marcharse Marcos le habló:
-¿Cómo
te llamas?- Su voz resonó en la cabeza de ella como un zambombazo.
Vergonzosamente
la niña alzó los ojos a los suyos y contestó con su vocecilla tímida:
-Amelia,
¿y tú?-
-Marcos-
volvió ha hacerse un silencio incómodo y seguidamente él preguntó:
-¿Te
vas ya?-
-Sí,
pero vendré mañana- le respondió con prisa, aún sin saber que había puesto en
marcha el mecanismo que provocaría una reacción en cadena.
El
chiquillo la miró por un instante para después volver a bajar la mirada a sus
pies y contestó:
-Vale,
pues yo también vendré mañana. Te lo prometo.-
Amelia
hizo un gesto con los hombros dándole a
entender que hiciera lo que quisiera y se alejó sin hablar.
Continuó
en silencio unos minutos hasta que finalmente la voz al otro lado del teléfono
zarandeó de nuevo sus pensamientos obligándola a responder.
-Me
he equivocado. Me he casado con la persona equivocada. Sigo pensando en ti cada
día. Ni la distancia, ni el tiempo, ni las circunstancias han conseguido hacer
que te olvide. Lo dejaré todo por ti si me lo pides. Te lo prometo.-
Marcos
lloraba desconsoladamente y a Amelia se le partía el alma una vez más. Saboreó
por un instante la lágrima que había llegado a sus labios resbalando por su
mejilla, respiró hondo y con gesto solemne colgó el teléfono sin responder.
Ya
no volverás a hacerme daño, no me creo tus promesas. He esperado mucho y ya se
está haciendo de noche.
Volvió
a vagar por sus recuerdos de niñez y se contempló a sí misma la tarde después
de conocerle. Estaba sentada en un columpio. Sola. Esperó y esperó, pero él no
vino aquel día. Por supuesto volvieron a encontrarse, terminaron siendo amigos,
pero a ella se le hizo de noche demasiadas veces esperándolo.