Parada
frente al expositor, Claudia mide palmo a palmo el contorno de la figura del
maniquí haciéndose a la idea de cómo quedaría ese modelito pegado a su piel.
Aún no son ni las diez y media de la mañana pero en la tienda no cabe un
alfiler. Se da la vuelta con decisión y a la vez con urgencia de encontrar una
dependienta que pueda atenderla. Una señorita morena de pelo corto ya está
dispuesta esperando detrás de ella.
-Buenos
días, ¿quiere probárselo?-
A
Claudia le brillaron los ojos cuando escuchó esa pregunta, era como si un genio
maravilloso estuviera dispuesto a cumplir sus deseos.
-Por
supuesto, si es tan amable de descolgarlo se lo agradeceré.
Ambas
hablaban de espaldas al mostrador y no se percataron de lo que estaba sucediendo
mientras tanto. Cuando volvieron la vista al expositor, el traje de baño ya no
estaba allí.
La
dependienta estaba muy desconcertada y a Claudia casi le faltaba el aire. Ese bikini
era lo que había estado buscando desde principio de verano. Era perfecto en
toda su forma, el color cálido realzaría el tono de su morena piel, el tejido
suave la acariciaría bajo los rayos del sol y el precio reducido era el que se
podía permitir. “¿Dónde está? ¡Maldita sea!”, pensó.
Un
segundo antes de que Lola pudiera entrar al probador notó tras de sí una
especie de presencia amenazante y acto seguido una mujer de mediana estatura
posiblemente de su misma edad, empezó a tirar de la prenda intentando
arrebatársela mientras le decía:
-Lo
siento guapa, yo lo vi primero. Tendrás que buscarte otro trapito que te valga,
este es mío.
Lola
se quedó de una pieza y tiró hacia sí de la tela para evitar que escapara de
sus manos.
-Disculpa
pero en otra ocasión deberás ser más rápida. Ahora, si no te importa, voy a
probármelo.
Durante
el breve instante en el que las dos mujeres intercambiaron palabras como
puñales, la dependienta que había atendido a Claudia comentaba con su compañera
lo que estaba sucediendo. Las dos vendedoras habían visto en más de una ocasión
escenas como esa y sabían que aquello no podría acabar bien.
-Parece
que no me has entendido, todo esto es una grave confusión, ese traje de baño lo
tenía reservado, así que no te lo puedes llevar.- Le dijo Claudia a su rival.
-No
me hagas reír. Te has encaprichado de esta joya y no sabes que hacer para que
sea tuya. Pero en rebajas todo vale y esta preciosidad se va a venir conmigo.
Además, creo que a mí me sentará mejor que a ti.
A
Claudia le empezó a subir un calor diabólico hacia la cara y sus ojos azules
parecía que iban a salirse de sus cuencas. Agarró de nuevo la prenda y estiró
con todas sus fuerzas.
-He
dicho que no te lo vas a llevar.
Lola
a su vez también estiró y entre ambas comenzó una batalla sin cuartel que no
daría pie a nada bueno. Las dependientas trataron de calmar los ánimos pero
había tanta gente que tuvieron que desistir para seguir atendiendo al resto de
clientes. Claudia y Lola seguían forcejeando a gritos como dos histéricas hasta
que sucedió lo inevitable.
La
solución salomónica había llegado. Violentamente cayeron hacia atrás y acabaron
sentadas en el suelo del pasillo como muñecas rotas, cada una con un trozo de
tela en la mano. Todavía se miraban con odio feroz cuando, juntos, aparecieron
Luis y Carlos hablando animadamente entre ellos. Se quedaron como estatuas al
ver la escena.
Luis
fue el primero en hablar: -Cariño, ¿qué ha pasado?
Claudia
bajó la cabeza avergonzada y no supo qué contestar. A su vez Carlos le preguntó
lo mismo a Lola y obtuvo idéntica respuesta.
Pasados
unos segundos. Carlos abrazó a Luis por encima de los hombros y le dijo a su
novia:
-Lola, te presento a mi
amigo Luis. Es con quien te dije que iríamos hoy a comer. ¿A qué tiene gracia
que nos hayamos encontrado justo hoy aquí?
Sin apartar la vista de
Claudia, Lola respondió con desgana:-Si, qué suerte.