Como cada año
ya estoy contando los minutos para que mis invitados se presentes con ganas de
pasar una velada agradable. Son muchos los que han confirmado que vendrán,
representantes de toda la galaxia.
Esta cena no
es solo una reunión de amigos, aquí también se discuten muchos temas
universales y se llegan a acuerdos importantísimos. Sin ir más lejos, el día
que Neil Armstrong vino por primera vez y lo vieron desde su planeta pasearse
por mi jardín, fue posible por que en primer lugar, la Nochebuena anterior, el
presidente de La Nasa había sido mi invitado de honor y le entregué la llave
interestelar para que pudieran subir a mi casa cuando quisieran, eso sí, con
previo aviso, no me gustaría que me visitasen en un mal momento. Por lo general
suelen ser considerados conmigo.
De todos los
planetas que componen la Vía Láctea, no va a faltar ninguno. Estoy un poco
nerviosa, creo que lo mejor será que empiece a arreglarme. Los he citado a las
nueve y media y suelen ser muy puntuales, ya faltan menos de dos horas para que
lleguen.
Entro en mi
dormitorio y reviso mi armario. Quiero ponerme algo llamativo para la ocasión,
descarto algunos modelitos que ya me he puesto en otras ocasiones y me decido
por la capa de cola larga con incrustaciones de diamantes. Normalmente voy
ataviada con una bata adornada con bordados de plata, el día a día es diferente
y no hay que ser ostentoso en el vestir. Llamo a mis amigas las estrellas para
que den su opinión sobre mi atuendo, han quedado muy satisfechas con la
elección y me han hecho el primer regalo de Navidad: una corona que han tejido
entre dos o tres.
A
continuación me dirijo con paso apresurado al comedor para comprobar que todos
los servicios están preparados y revisar que no falta un solo detalle en la
mesa. Veamos, las mediaslunas en sus bandejas, el tocinito de cielo que tanto
le gusta a Plutonio listo, los buñuelos de viento en su lugar, las empanadillas
de cabello de ángel también. Muy bien, aquí todo está correcto.
Los que se
están retrasando son los músicos, le he pedido a Michael Buble que venga para
amenizar la cena cantando villancicos con su armoniosa voz. A cambio le he
propuesto iluminar la Nochevieja en Manhattan, para su próximo concierto, como
nunca antes lo he hecho en ningún lugar. Para su comodidad he habilitado
adecuadamente el jardín trasero. Hacía tiempo que estuve pensando en
reformarlo, pero nunca lo llevaba a cabo, finalmente, cuando vi las fotos que
el satélite terrestre había hecho, decidí que ya no podía seguir así.
Ya empiezo a
escuchar voces ahí fuera, parece que por fin llega alguien. Me doy el último
retoque en el espejo y me digo: “vamos Luna, que estas Navidades, ni la Preysler
te supera en esplendor”.