Escribiendo sobre agua.

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miércoles, 30 de octubre de 2013

UNA NOCHE TRANQUILA






La luz parpadeante de la pantalla del móvil de Eva reclama su atención. En ella se ve el icono de un sobre cerrado indicando que tiene un mensaje; lo abre y lee: “Ya estoy con los chicos. Iremos a tomar una cerveza después del partido. Que descanses. Un beso”.

Se asoma por el balcón y ve como los niños disfrazados, van de casa en casa pidiendo truco o trato. Cae en la cuenta de que ella no tiene caramelos que ofrecer, así que decide bajar al supermercado de la esquina para comprar algunos dulces.

Al bajar la escalera, ve salir del portal, dando tumbos de un lado a otro, a un chico no más extraño que el resto de la gente que transita la calle. Tiene la sensación de no habérselo cruzado nunca.

Una vez ha conseguido lo que ha ido a buscar, no se entretiene ni un minuto. Algo en su interior la apremia. Sube al tercer piso y en el momento que gira la llave de la puerta por dentro, siente el corazón latiéndole a mil por hora.

A su cabeza acude aquella primera y última vez en la cual coqueteó con la guija, la experiencia le costó noches sin dormir y pesadillas durante años. Pasar una noche tranquila en casa le parece lo mejor.

Decide cenar mientras ve las noticias y pensar en otra cosa. Pacientemente espera que de un momento a otro, niños golosos llamen al timbre. El cuenco con gominolas y piruletas está preparado en la cocina. Pero nadie toca a su puerta. Aburrida mira el reloj colgado en la pared; son más de las doce. Decide irse a la cama y leer un rato antes de dormir. Mientras sostiene un libro entre las manos, repasa con la vista líneas y líneas sin concentrarse en el contenido. No lee nada por que su atención está centrada en el portal. Recuerda al chico que ha visto salir de su edificio. Llevaba un disfraz tan logrado que parecía un ser real. Le provoca escalofríos acordarse de él. Mira el reloj de la mesita de noche; han pasado dos horas desde que se acostó y aún no ha podido conciliar el sueño.

En la calle se escuchan voces, gritos, gente que corre. Parece que el alcohol ya ha empezado a hacer estragos. Oye risas mezcladas con llanto. Las risas están cesando, ya sólo hay llanto, gritos de pánico. La crispación se mezcla con sonidos guturales incomprensibles. Decide levantarse de la cama y mirar tímidamente por la ventana. No puede creer lo que está viendo.

Son humanos comiéndose a otros humanos. Vísceras repartidas por el suelo, miembros desparramados y un hedor nauseabundo imposible de soportar.

Le tiembla todo el cuerpo; apaga la luz y acude sin hacer ruido a la cocina. Desea esconderse, pero ¿cómo?, ¿dónde? Si consiguen entrar la encontrarán seguro. No quiere ser devorada por unos seres tan horribles. Comprende que debe estar preparada y busca una herramienta contundente que pueda servirle de defensa. Encuentra una llave inglesa y la agarra tan fuerte que le duelen las manos. De pronto, piensa en Iván, “¿le habrá pasado algo?”

Justo en ese mismo momento escucha unos pasos en el portal. Es posible que ya esté de vuelta, pero, “¿cómo ha logrado burlar a esos depredadores?” La persona que está fuera no acierta a meter la llave en la cerradura. Se acerca lentamente a la puerta y observa por la mirilla. Es Iván, está de espaldas y se tambalea de un lado a otro. “Es posible que esté borracho”, piensa. Reconoce a la persona que hay en el exterior, pero no puede evitar que el pánico empiece a tomar el control y se pone en guardia. “Debo pensar rápido, si permito que permanezca mucho tiempo ahí, es posible que se convierta en una víctima más”. Decide abrir la puerta despacio. Asoma un poco la cabeza y lo llama en susurros: “Iván, Iván”. Él se da la vuelta. Entonces Eva, al ver sus ojos inyectados en sangre y su mandíbula deforme, comprende que sus más temidas sospechas se han hecho realidad.

Iván, o lo que ya no es Iván, se abalanza sobre ella sin piedad. Su naturaleza humana ha desaparecido y en el rostro se refleja el mismísimo Lucifer. Eva templa sus nervios, no piensa, actúa. Le asesta un golpe maestro en la cabeza que lo desploma en el suelo. El cuerpo yace inerte; ella deja caer el arma con gran estruendo. Ha salvado la vida a costa de matar a la persona que más ha amado nunca. Pero Iván, ya no estaba vivo.