Escribiendo sobre agua.

Escribiendo sobre agua.

lunes, 13 de mayo de 2013

ADIÓS PARA SIEMPRE MI AMOR




Amado mío,

Si en estos momentos estáis leyendo la delicada letra de mi pulso tembloroso, es que vuestra vida está a salvo y fuera de peligro. Se llenará mi corazón de gozo al recibir noticia de vuestro estado, que sólo debéis hacerme llegar a través de mi criado. Desde este momento nuestros destinos han de separarse para siempre, por mucho que me hiera admitirlo.

Han dado orden de acabar con vuestra vida si os atrevéis a poner un pie en la corte o más allá de las fronteras de España. No debéis ir en mi busca, pues ni yo misma sé pronunciar el nombre del país tan lejano al que me envían.

Toda esta desdicha perdería su sentido si vos acabaseis capturado o muerto. Mi alma no podría soportar semejante tragedia. No debéis sufrir mi pérdida, ni vestiros el rostro de un luto que nuble vuestro semblante de por vida, pues a pesar de la gran tristeza que me embarga, mucho mayor es mi alegría por saber que ya no tenéis que soportar el calvario de una mazmorra tan fría y húmeda. Vos no lo sabéis, pero días enteros los pasé llorando desconsoladamente, sin poder dormir y sin querer comer. Tan desesperada estuve de veros libre que acepté el ofrecimiento de mi padre. Esta coacción que me ha supuesto elegir, entre unirme a ese bárbaro, que más parece una bestia que un ser humano, o permitir que os degollasen, es a mis ojos gesto de gran crueldad hacia mi persona.

Hubiese estado dispuesta a cambiarme por vos, si así me lo hubieran pedido, pero esta alternativa que me han obligado a escoger, parece más un castigo para ambos. Amaros con toda mi alma es la única falta que he cometido y haber sido correspondida por un hombre que inventó para mí tan bellas rimas y acordes de laúd es la gran prenda que me queda. Habéis demostrado ser más valeroso que los caballeros que protegen al rey, más que mi padre, al que odiaré todo lo que me quede de existencia.

En pos de vuestra felicidad deseo con total sinceridad que halléis una doncella que os cuide y cure vuestras heridas. La soledad no es buena consejera y no debéis negaros a aceptar un nuevo amor. No dudéis en encontrarlo, pues bien servida estará quien logre conquistaros.

Os digo adiós para siempre y dejo mi corazón, que ya no necesito, envuelto en este papel, pues estoy muerta.



Catalina.





Escucho tras los muros gran algarabía, todo el castillo está agitado por ser hoy el día de mi boda. Para mí, el día en el que he de cumplir la sentencia de muerte que se me ha impuesto. Alguien viene, debo esconder la misiva o no llegará a su destino.

Con paso firme, el Marqués de Vilaplana hace su intrusión en mis aposentos. El llanto no impide que lo mire con tremendo desprecio.

-¡Dejad ya esa actitud infantil!- Grita haciendo retumbar hasta los cimientos. -¡Es vuestro deber cumplir con lo que prometisteis!, ¿o no recordáis que ese es el precio a pagar por la libertad de vuestro trovador?-

No me importa su gran poder, me pongo en pie y frente a él le digo mirándole directamente a los ojos:

-¡Os odio! Hasta el día de mi muerte estaré rezando para que cuando os llegue la hora vuestra alma arda en el infierno por toda la eternidad. ¡Os maldigo!

Levanta su enorme mano con intención de golpearme, pero se contiene y arroja el último puñal:

-El esposo que he encontrado para vos os meterá en cintura. He salido ganando al complacer al rey, él ha obtenido buenos contactos en oriente, yo un señorío y a cambio me deshago de una ramera como vos. Habéis manchado el nombre de esta familia y pagaréis por ello con creces.

Dicho esto se da media vuelta y marcha hacia el umbral. Mientras se aleja me parece estar viendo al mismísimo demonio.

Para mis adentros pienso que sigo siendo dueña de mi voluntad. Abrazo mi vientre y decido que no quiero para mi futuro hijo una vida en un mundo tan cruel. Mi fiel criado ya está aquí, le entrego la carta y le doy las últimas instrucciones.

-Cerrad el portón al salir.

Hace rato que debería haber hecho acto de presencia. Es hora de dejarme ver tan bellamente vestida para esta gran ocasión. Abro el ventanal, se comunica directamente con los jardines donde todo está preparado para mi aparición. Solo un salto y ya no existiré. Mi último pensamiento: adiós mi amor para siempre.

domingo, 5 de mayo de 2013

BALADA MORTAL


Todo estaba preparado para que la fiesta pudiera comenzar. Las pruebas de sonido casi habían terminado, las bebidas dispuestas en la barra improvisada junto a las espalderas del gimnasio, los focos dirigidos hacia el escenario y la puerta repleta de gente ansiosa por entrar.

Este concierto era la guinda que pondría fin a un curso académico estresante, la recompensa que alumnos y profesores estaban esperando para relajar el ambiente antes de las vacaciones de verano.

Salieron los músicos casi sin ser vistos por una estrecha puerta situada junto a las gradas, para entrar unos minutos más tarde, cuando el recinto estuviera lleno de gente deseosa de verlos actuar.

Como un rebaño ordenado, los chavales fueron colocándose en la sala a la vez que hablaban todos a la vez colmando el espacio de multitud de voces entremezcladas, por lo que era casi imposible distinguir las conversaciones unas de otras. La atención cambio de dirección, centrándose en el escenario, el gimnasio quedó a oscuras, salvo por la luz de un solo foco que iluminaba los instrumentos. Entonces se produjo el escándalo.

Uno por uno, los miembros de Balada Mortal fueron ocupando sus puestos. Entre aplausos, gritos y silbidos, el vocalista empezó a tocar los primeros acordes del tema escogido para la apertura, un solo de guitarra acústica que erizaba el vello de todo el cuerpo. A continuación el batería le siguió con un redoble de tambor. La luz tenue de unos focos estratégicamente colocados para dar ambiente alumbró de repente y los cinco componentes se hicieron visibles. La música sonaba con fuerza, el público reventaba de emoción y hasta los profesores daban palmadas en el aire.

En medio de todo este alboroto se encontraban Rosa y Andrés. Se conocían desde el colegio y no se habían separado nunca hasta ese momento. Terminado el Bachillerato la carrera que cada uno había escogido les obligaba a tomar rumbos diferentes. Cantaban a pleno pulmón el tema que el grupo estaba versionando,  I Don't Want To Miss A Thing de Aerosmith,  y sus cuerpos se rozaban sin parar. Rosa agarró por la cintura a su amigo y lo atrajo más hacia ella, quería que notase el sugerente perfume derramado delicadamente es su cuello, el tacto de su piel, bronceada todo el año, el calor de su aliento joven.

Dejó por completo de prestar atención a la música para captar cada impulso de Andrés con la intención de invitarle a sus labios carnosos. Su amigo parecía no darse cuenta de nada y seguía entonando como loco cada estrofa. Era inteligente pero a veces le costaba darse cuenta de las evidencias. Rosa aprovechó su entusiasmo para dar un saltito y abrazarse de su cuello, así lo tenia más cerca. Andrés la recibió con alegría festiva. Ella le miró a los ojos, que eran tan negros como la noche y le sonrió casi maligna. Él le devolvió la mirada y estuvieron así durante un instante que pareció un siglo. Rosa estaba a centímetros de conseguir su propósito cuando, de pronto, sucedió lo inimaginable.

Uno de los focos que estaba sobre el escenario cayó estrepitosamente sobre el altavoz más cercano al bajista. La explosión hizo cundir el pánico, sumado a las llamas que empezaron a arder prendiendo el cartel donde se anunciaba la actuación y un humo negro comenzó a impregnar cada rincón del recinto.

Atropelladamente, alumnos y profesores, corrían desesperados buscando la salida. Los músicos saltaron del escenario pretendiendo escapar por la misma puerta que habían entrado al empezar, pero no podían, ya que el conserje la había cerrado por fuera con la intención de evitar interrupciones de gamberros graciosos que pudieran intentar hacer alguna de las suyas.

Rosa y Andrés se unieron a la multitud cubriéndose la boca y la nariz con la camiseta, pero no había espacio libre para pasar. Una o dos chicas yacían desmayadas en el suelo, la profesora de francés lloraba histérica, no se veían las caras unos a otros y el gimnasio parecía hacerse cada vez más pequeño. Estaban atrapados como ratas.