Escribiendo sobre agua.

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domingo, 5 de mayo de 2013

BALADA MORTAL


Todo estaba preparado para que la fiesta pudiera comenzar. Las pruebas de sonido casi habían terminado, las bebidas dispuestas en la barra improvisada junto a las espalderas del gimnasio, los focos dirigidos hacia el escenario y la puerta repleta de gente ansiosa por entrar.

Este concierto era la guinda que pondría fin a un curso académico estresante, la recompensa que alumnos y profesores estaban esperando para relajar el ambiente antes de las vacaciones de verano.

Salieron los músicos casi sin ser vistos por una estrecha puerta situada junto a las gradas, para entrar unos minutos más tarde, cuando el recinto estuviera lleno de gente deseosa de verlos actuar.

Como un rebaño ordenado, los chavales fueron colocándose en la sala a la vez que hablaban todos a la vez colmando el espacio de multitud de voces entremezcladas, por lo que era casi imposible distinguir las conversaciones unas de otras. La atención cambio de dirección, centrándose en el escenario, el gimnasio quedó a oscuras, salvo por la luz de un solo foco que iluminaba los instrumentos. Entonces se produjo el escándalo.

Uno por uno, los miembros de Balada Mortal fueron ocupando sus puestos. Entre aplausos, gritos y silbidos, el vocalista empezó a tocar los primeros acordes del tema escogido para la apertura, un solo de guitarra acústica que erizaba el vello de todo el cuerpo. A continuación el batería le siguió con un redoble de tambor. La luz tenue de unos focos estratégicamente colocados para dar ambiente alumbró de repente y los cinco componentes se hicieron visibles. La música sonaba con fuerza, el público reventaba de emoción y hasta los profesores daban palmadas en el aire.

En medio de todo este alboroto se encontraban Rosa y Andrés. Se conocían desde el colegio y no se habían separado nunca hasta ese momento. Terminado el Bachillerato la carrera que cada uno había escogido les obligaba a tomar rumbos diferentes. Cantaban a pleno pulmón el tema que el grupo estaba versionando,  I Don't Want To Miss A Thing de Aerosmith,  y sus cuerpos se rozaban sin parar. Rosa agarró por la cintura a su amigo y lo atrajo más hacia ella, quería que notase el sugerente perfume derramado delicadamente es su cuello, el tacto de su piel, bronceada todo el año, el calor de su aliento joven.

Dejó por completo de prestar atención a la música para captar cada impulso de Andrés con la intención de invitarle a sus labios carnosos. Su amigo parecía no darse cuenta de nada y seguía entonando como loco cada estrofa. Era inteligente pero a veces le costaba darse cuenta de las evidencias. Rosa aprovechó su entusiasmo para dar un saltito y abrazarse de su cuello, así lo tenia más cerca. Andrés la recibió con alegría festiva. Ella le miró a los ojos, que eran tan negros como la noche y le sonrió casi maligna. Él le devolvió la mirada y estuvieron así durante un instante que pareció un siglo. Rosa estaba a centímetros de conseguir su propósito cuando, de pronto, sucedió lo inimaginable.

Uno de los focos que estaba sobre el escenario cayó estrepitosamente sobre el altavoz más cercano al bajista. La explosión hizo cundir el pánico, sumado a las llamas que empezaron a arder prendiendo el cartel donde se anunciaba la actuación y un humo negro comenzó a impregnar cada rincón del recinto.

Atropelladamente, alumnos y profesores, corrían desesperados buscando la salida. Los músicos saltaron del escenario pretendiendo escapar por la misma puerta que habían entrado al empezar, pero no podían, ya que el conserje la había cerrado por fuera con la intención de evitar interrupciones de gamberros graciosos que pudieran intentar hacer alguna de las suyas.

Rosa y Andrés se unieron a la multitud cubriéndose la boca y la nariz con la camiseta, pero no había espacio libre para pasar. Una o dos chicas yacían desmayadas en el suelo, la profesora de francés lloraba histérica, no se veían las caras unos a otros y el gimnasio parecía hacerse cada vez más pequeño. Estaban atrapados como ratas.

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