LA PROTEGIDA DE LOS DIOSES
Desesperada por verse correspondida, a Safo lo único que la consolaba era recitar poemas acariciando las cuerdas de su lira. La melodía se entrelazaba con los versos, volando juntos en el viento. Su alma sentía esa unión como la experiencia carnal que tanto deseaba.
Para
deleite de sus ojos en aquella casa no faltaban
los adornos florales, delicadamente confeccionados y expuestos sobre la piel
nívea de las servidoras de las musas. Sus cabellos resplandecían cual oro bajo
los rayos del sol y al son de la música danzaban dibujando la libertad. Pese a
tanta belleza que no le era negada, Safo tan solo había amado de verdad una vez
y su corazón era de Lira, pero ella vivía ajena a ese amor.
Había
nacido con el don de dormir despierta, por lo que su energía era inagotable.
Aprendía los poemas de su mentora antes que ninguna de las discípulas y
recordaba con precisión cualquier detalle sobre la vida de los dioses. Su
maravillosa naturaleza había sido codiciada por Afrodita, quien la había
bendecido con la plena juventud, pudiendo tener una larga vida durante la cual sería
tremendamente hermosa y estaría sana hasta el día de su muerte. Los padres de Lira eran Hipnos y Morfeo. Desde
el Olimpo preservaban su integridad, ya que al reunir semejantes cualidades la
adoraban más que a ninguno de sus hijos. En el momento de entregarla llegaron a
un pacto con la diosa, quien la despojaría de la capacidad de sentir deseo
pasional, enamorarse de ningún ser o sufrir a causa del amor. Así Lira viviría
siempre bella, siempre célibe, siempre feliz.
Durante
la noche Safo acudía a su alcoba para seducirla. Caminaba desnuda entre la
oscuridad buscándola con anhelo, convencida de que si lograba abrazarla,
haciendo que notase el calor de su cuerpo, podría despertar en ella el ansia
que produce el contacto de piel con piel. Al apartar el dosel que protegía el
lecho nunca la encontraba allí. Dentro de sus entrañas sentía un desgarro
indescriptible de vacío. Las lágrimas le quemaban las mejillas resbalando por
su cuello hasta deslizarse suavemente sobre las sábanas. Ella las besaba con
ternura imaginando que era su abdomen, su espalda, sus senos. La nombraba en
susurros y le cantaba al oído. Llegaban juntas al clímax, se enroscaban una
sobre la otra y amanecían a la mañana siguiente repletas de gozo.
La
soledad de Safo era un tormento indiferente para Lira, que siempre bailaba bajo
el sol los sonetos inventados por su amada para ella. Safo se consolaba
acariciando las cuerdas del instrumento bautizado con su dulce nombre y se
emocionaba al ver en el aire a unos amantes imaginarios.
Relato publicado en "Mujeres que veo, mujeres que conozco. Relatos".
Ed. Todo era junio. Eléctrico Romance 2019
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