Como
de costumbre, el bar de Felix a estas horas está lleno a rebosar. Los funcionarios del juzgado toman, sin prisa, café solo en la barra; se
mezclan con los operarios de la fábrica de hilo que llevan en pie más de cinco
horas y precisan algo más contundente que la cafeína para mantenerse vivos.. Carmina prepara en la cocina
bocadillos en serie y Pepe atiende las mesas sin despeinarse.
Al fondo se juntan los de la
partidita, la “Peña del Yayo”, cada uno con su carajillo en una mano y los naipes
en la otra. Félix se acerca a ellos para ver quién va ganando, observa
alrededor que todo el mundo esté servido y se sienta un rato a conversar con su
amigos.
-¡Me
tienes harto Ernesto! ¡Qué no me mires las cartas!- increpa Arturo.
-Siempre
andáis igual, ¡vaya cuatro carcamales!- les dice Felix en tono sarcástico.
-¡Mira
quién fue a hablar! El colegial.- responde Anselmo entre dientes con el palillo
en la boca.
Sin apartar la vista de la jugada
anterior Higinio lanza al aire como si tal cosa: -¡Ay Felix…! Lo que tienes que
hacer es jubilarte ya y unirte a nosotros. Que si la envidia fuera tiña…-
El camarero se ríe hacía dentro y
parece que los botones de su camisa le vayan a reventar, hasta que todos
estallan en una sonora carcajada y la inmensa tripa de Felix rebota arriba y
abajo. Los cuatro pelos que le quedan en la cabeza se le ponen de punta como
por suerte de electricidad estática. Fatigado por la risa contesta: -Ya sabéis
que por ganas no será, pero la idea de dejar el bar en manos de Miguel no me
atrae lo más mínimo-
Higinio levanta sus pobladas cejas,
que más pesaban en su frente que las mismas gafas de miope y le mira por encima
de ellas: -No me extraña, menudo pirata está hecho tu hijo. Yo creo que en una
semana hunde el negocio. No te ofendas por lo que te voy a decir, ese de lo
suyo sabe pero para llevar un bar no vale.-
La hora del almuerzo está llegando a
su fin para el resto de clientes. El local empieza a vaciarse gota a gota hasta
que sólo han quedado los de siempre.
La conversación continúa por boca del
más anciano: -Ese chico es un gafe, lo que toca lo echa a perder-
-Oye
Anselmo, un respeto que sea como sea es mi hijo- espeta Felix.
-Y
un mandón sin criterio, – Es la voz de Ernesto- para un día que lo dejaste a
cargo casi quema la cocina y al pobre Pepe lo llevaba frito con sus exigencias-
-Ese
no sabe nada, es un tarugo. - Dice Higinio - Yo no sé a quién habrá salido y que conste que
no pongo en duda que sea hijo tuyo, que la napia le viene de herencia paterna y
tu mujer es una santa, pero con lo trabajador que eres tú hay que ver; poco le
gusta dar el cayo al chiquillo.-
-Bueno,
ya vale, que lo estáis poniendo de vuelta y media y no está delante para
defenderse- refunfuña Felix haciéndose el ofendido.
-Pensándolo
mejor…, deja, deja Higinio, que no se jubile, a ver si va a ser peor.- Contesta
Ernesto espiando disimuladamente la mano de Arturo otra vez. Éste le propina un
puntapié por debajo de la mesa al que tiene al lado y responde:
-Chico,
¿y por qué no delegas en un encargado? Alguien que conozca a la clientela, que
se maneje en este tinglado y que no te dé problemas.-
-¡Pepe
es un buen candidato! – dice Anselmo pegando un puñetazo encima de la mesa con
rotundidad – El muchacho lleva trabajando contigo más de veinte años, nos conoce
a todos y nos sabe llevar a las mil maravillas, y mira que eso es
complicado...- Lo dice con una sonrisa maliciosa.
Felix pensativo mira a Anselmo
fijamente con sus pequeños ojos verdes: – Hombre, lo que dices no está mal,
pero aún si no traspaso, el peso de la responsabilidad seguiría recayendo sobre
mí.-
-Pues
dale un aliciente…, asóciate con él…, súbele el sueldo…, dale algo para que no
se duerma en los laureles. – Arturo no deja de gesticular con las manos llevado
por la emoción, mientras Ernesto no se rinde tratando de averiguar su juego.
Parece que la patada en la espinilla ya se le ha olvidado.
-Lo
que está claro es que como Miguel se encargue de este imperio nosotros acabaremos
jugando al mus en la sede para ancianos de la casa parroquial. – Conviene
Higinio.
El
tiempo para el tramposo ha expirado, parece que hoy no es su día. Las cartas
boca arriba sobre la mesa y Arturo recogiendo la recaudación así lo indican.
-Y
tú arruinado Félix, fíjate lo que te digo. – dice Anselmo apuntando a su amigo
con un dedo acusador
La
estrecha mandíbula del tabernero se tensa, en el interior sus dientes se aprietan
durante un momento para seguidamente decir en tono de reproche: -No seáis
catastrofistas, que mi hijo tiene su propio negocio y sabe lo que es ser empresario.
–
- Si
tú llamas empresa a realizar reparaciones de trastos viejos y que no le de el
sueldo ni para pipas…- Critica Higinio mientras baraja para la siguiente mano.
Lleva la camisa mal abrochada igual que todos los días, desgastada del cuello y
de los puños por el uso, ya desteñida a causa del paso del tiempo. No es la
única que tiene en ese estado.
-No
son trastos viejos sino aparatos electrónicos usados. – Rectifica ensalzando
las dotes de su hijo.
Anselmo
percibe que Felix se empieza a encoger y que las dudas le están carcomiendo las
entrañas. Le pone la mano sobre el hombro con gesto amigable y le trasmite en
tono suave su comprensión: -Vamos a dejar el tema y a centrarnos en otros
asuntos más triviales, ¿te echas una compañero? –
El tabernero observa que ha llegado
el camión de Coca Cola y que Pepe atiende solícito al proveedor. El bar se ve
limpio por que Paquita ha ido esta mañana a primera hora, no falta detalle en
las mesas, el personal ocupa sus puestos y se da cuenta de que él no tiene ninguna
orden que dar.
-¡Ché,
vamos con esa partida! Pero reparte bien Ernesto que te he estado vigilando y
siempre las das malas.-