Escribiendo sobre agua.

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miércoles, 20 de noviembre de 2013

BURUNDANGA

Sentada sobre un tronco muerto, Rosa mira como su preciosa Judith de ojos claros, corretea por la hierba imaginando ser un pirata a punto de encontrar un tesoro de gran valor. La mañana es apacible, sopla brisa suave del cantábrico y entre tanta paz, comienza a recordar aquel día de hace seis años, cuando abandonándolo todo se refugió en este pequeño pueblo.

Habían pasado dos meses desde que denunció en comisaría el robo en su chalet de La Moraleja, el Inspector Mendieta la trató como a una dama; evidentemente no había pasado por alto sus zapatos de Escada, el bolso de Gucci y la pulsera de Cartier.

-Señora, por favor, cálmese y cuénteme qué le ha pasado.

Rosa siguió llorando durante diez minutos más. Una vez se hubo calmado, secó sus lágrimas y relató lo sucedido:

-Paseaba a media tarde distraídamente por las inmediaciones de la calle Alcalá y una furgoneta paró bruscamente junto a mí. De su interior salieron dos ocupantes con aspecto extranjero que en décimas de segundo me sujetaron y me metieron dentro. Uno de ellos continuaba tapándome la boca mientras yo pataleaba con violencia. El otro cómplice apareció entre las sombras con una jeringuilla en la mano. Me desmayé aterrorizada. Cuando recuperé la conciencia, todo daba vueltas a mi alrededor y era incapaz de distinguir las dos figuras que frente a mí se mantenían inmóviles en espera de que despertase. De lo único que podía estar segura era de no encontrarme en el centro de Madrid y de que había oscurecido. Traté de mover los brazos pero los tenía atados a la espalda y aunque no llevaba ninguna mordaza, mi garganta no podía emitir ni un solo sonido. Recuerdo que me sacaron con cuidado del vehículo y una suave brisa me trajo olor a jazmín y naranjo, por lo que deduje encontrarme frente a mi casa. No opuse ninguna resistencia para dejarlos entrar, no tenía fuerzas, y una vez dentro me encerraron en el cuarto de baño de la planta inferior. Permanecí inmóvil en el suelo, con la cabeza apoyada en el sanitario y la mirada perdida, no sé por qué no me podía mover, pero sí escuchar perfectamente todo lo que ocurría fuera, aunque sin entender nada. Me pareció que hablaban en ruso y por el tono que utilizaban se les notaba tranquilos, como si aquello que hacían no fuese más que rutina. Luego la puerta se abrió, recuerdo llegar a mi dormitorio como en una nube. Durante el trayecto distinguí a duras penas las siluetas de las sillas, cojines, jarrones y más objetos formando el caos por todo el salón. Cuando he despertado esta mañana he podido confirmarlo.

-¿Le han robado algo?

-Sí, han saqueado mi casa por completo. Se han llevado las joyas y el dinero de la caja fuerte, obras de arte de incalculable valor y hasta un Hopper inmenso que adornaba la pared del comedor. Lo peor es que tengo la sensación de no recordar algo importante.

La casa desvalijada poco a poco fue recuperando su buen aspecto, pero la sensación de vulnerabilidad la seguía acompañando. Intentó continuar con su rutina, pero por la noche terribles pesadillas la hacían despertarse entre sudores fríos y una gran sensación de angustia. Lo peor aún estaba por llegar. El malestar nocturno se extendió por el día. El cansancio la tenía bajo mínimos, comenzó a tener vómitos y mareos. Preocupada acudió al médico y los resultados fueron concluyentes, estaba embarazada. Aquel cerdo le había dejado un último regalo de despedida.

Siete meses más tarde nació Judith. Parecerá una locura, pero algo dentro le decía que, a sus cuarenta años, era su última oportunidad de ser madre. Un inmenso amor la invadió al ver la cara de su niña; pero también la embargaba un gran temor. ¿Dónde estaría aquel hombre? La policía todavía estaba buscando a los ladrones. ¿Y si seguía vigilándola?, ¿y si trataba de llevarse a su hija y pedir un rescate? Debía marcharse.

Le pareció que un pueblecito en la sierra, en las entrañas de Asturias, era ideal para comenzar de nuevo. Compró una casa humilde en el campo, quería prescindir de cualquier cosa que no fuera necesaria para vivir.

Rosa se levanta de su asiento y estrecha a su hija entre los brazos:-¿Sabes quién es mi tesoro?- La niña sonríe feliz, el viento se ha llevado todos los malos recuerdos.

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