Escribiendo sobre agua.

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miércoles, 17 de abril de 2013

LA PIEDRA DE MARFIL


La piedra estaba triste por que nadie quería jugar con ella. Los atardeceres junto al río eran dorados y le gustaba notar el roce del agua en la orilla, pero se aburría mucho por que estaba siempre quieta y ella quería poder moverse para ver mundo. No era una piedra muy grande, cabía en la palma de la mano y era suave por que se bañaba con la lluvia. Aunque estaba al sol era muy blanca y cuando se miraba en el río le parecía que era una piedra realmente bella y se preguntaba si algún día alguien, un pájaro, una ardilla, el viento quizá, se fijaría en ella para hacerla viajar lejos de allí.
Soñaba sin descanso con lo que más deseaba en el mundo, -quisiera correr libre por la hierva, subir una colina, bailar con las nubes ¡y tantas cosas que no puedo hacer!-, se lamentaba con tristeza, ya que era su destino, al igual que los árboles no se pueden mover como quisieran yendo de un lado a otro. Pero no conforme se decía, que al menos ellos desde sus altas copas pueden divisar el horizonte y lo que hay un poco más allá, pero ella estaba tirada en el suelo y no alcanzaba a ver más lejos de su contorno. Recordaba con nostalgia el tiempo en que fue parte de una gran montaña ya desaparecida. Desde su posición podía ver el valle, verde y amplio hasta el río; y hablaba con las águilas cuando pasaban al vuelo cerca de ella. Le contaban muchas historias interesantes de lugares muy lejanos y se sentía feliz viendo y oyendo todas estas cosas.
Ahora con los peces también hablaba, pero éstos eran tan estúpidos que olvidaban enseguida lo que la piedra les contaba y ella tenía que volver a repetirles una y otra vez lo mismo que ya les había dicho. Por eso no se divertía con ellos y se hacía la dormida a veces cuando venían a saludarla.
Un día cualquiera, a través del bosque se oyeron voces y pasos, ¿quién puede estar dirigiéndose hacia aquí? Los pájaros salieron en desbandada asustados y los pequeños animales se cobijaron en sus madrigueras tan rápido como pudieron. La piedra empezó a tener mucho miedo y por primera vez notó que temblaba. Cerró los ojos y se encogió deseando pasar desapercibida. Las voces se hicieron más fuertes y empezaron a escucharse risas también. Paralizada se atrevió a abrir un ojo lentamente para ver qué estaba ocurriendo. Corriendo hacia ella vio a un ser enorme que a punto estuvo de pisarla cuando se lanzó al río. Detrás lo siguieron dos un poco más grandes y una cosa peluda que no dejaba de jadear.
El chapoteo de aquellos seres tan extraños empezó a salpicarle refrescándola y las risas la contagiaron y ella también se puso a reír con alegría. -Parecen amables y se cuidan entre ellos-, pensó. La piedra quiso poder participar también pero de nuevo se vio limitada por su situación inerte y empezó a llorar desconsolada. El ser más pequeño salió del agua y se tumbó en el suelo junto a ella sintiendo el calor del sol en su cuerpo, de pronto se dio cuenta de lo que tenía al lado. La cogió entre sus manos pequeñas y la piedra se sintió grande. Entonces se levantó de un salto y corrió hasta donde estaban los que habían venido con él. Muy contento no dejaba de dar saltos enseñando su descubrimiento y la piedra pensaba que se iba a marear. En ese momento, cuando estaba a punto de desmayarse, el ser dijo lo más hermoso que había escuchado nunca sobre ella: -¡Mamá, mira que piedra tan bonita! Parece de marfil-. Sus amigas las águilas le habían contado lo valioso que era el marfil. El ser la acarició y la miró con mucho amor, la lavó en el agua y se la guardó en el bolsillo. La piedra se quedó dormida, tranquila confiaba que su nuevo amigo no le haría ningún daño.
Al atardecer se pusieron en marcha. Con los andares de su portador se despertó y se dio cuenta de que se la llevaban lejos de allí para siempre, se sintió muy agradecida de haber sido encontrada y se despidió de todo lo que había conocido hasta entonces.
Su nuevo hogar era cálido y olía muy bien. El ser que la había recogido la dejó sobre una mesa desde donde podía ver todo el lugar, se sentó y empezó a decorarla. Le dibujó un corazón y una sonrisa, le puso su nombre por detrás. La piedra se llamaba Marfil y el niño Pablo.

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