La piedra estaba triste por que
nadie quería jugar con ella. Los atardeceres junto al río eran dorados y le
gustaba notar el roce del agua en la orilla, pero se aburría mucho por que
estaba siempre quieta y ella quería poder moverse para ver mundo. No era una
piedra muy grande, cabía en la palma de la mano y era suave por que se bañaba
con la lluvia. Aunque estaba al sol era muy blanca y cuando se miraba en el río
le parecía que era una piedra realmente bella y se preguntaba si algún día
alguien, un pájaro, una ardilla, el viento quizá, se fijaría en ella para
hacerla viajar lejos de allí.
Soñaba sin descanso con lo que más
deseaba en el mundo, -quisiera correr libre por la hierva, subir una colina,
bailar con las nubes ¡y tantas cosas que no puedo hacer!-, se lamentaba con
tristeza, ya que era su destino, al igual que los árboles no se pueden mover
como quisieran yendo de un lado a otro. Pero no conforme se decía, que al menos
ellos desde sus altas copas pueden divisar el horizonte y lo que hay un poco
más allá, pero ella estaba tirada en el suelo y no alcanzaba a ver más lejos de
su contorno. Recordaba con nostalgia el tiempo en que fue parte de una gran
montaña ya desaparecida. Desde su posición podía ver el valle, verde y amplio
hasta el río; y hablaba con las águilas cuando pasaban al vuelo cerca de ella.
Le contaban muchas historias interesantes de lugares muy lejanos y se sentía
feliz viendo y oyendo todas estas cosas.
Ahora con los peces también hablaba,
pero éstos eran tan estúpidos que olvidaban enseguida lo que la piedra les
contaba y ella tenía que volver a repetirles una y otra vez lo mismo que ya les
había dicho. Por eso no se divertía con ellos y se hacía la dormida a veces
cuando venían a saludarla.
Un día cualquiera, a través del
bosque se oyeron voces y pasos, ¿quién puede estar dirigiéndose hacia aquí? Los
pájaros salieron en desbandada asustados y los pequeños animales se cobijaron
en sus madrigueras tan rápido como pudieron. La piedra empezó a tener mucho
miedo y por primera vez notó que temblaba. Cerró los ojos y se encogió deseando
pasar desapercibida. Las voces se hicieron más fuertes y empezaron a escucharse
risas también. Paralizada se atrevió a abrir un ojo lentamente para ver qué
estaba ocurriendo. Corriendo hacia ella vio a un ser enorme que a punto estuvo
de pisarla cuando se lanzó al río. Detrás lo siguieron dos un poco más grandes
y una cosa peluda que no dejaba de jadear.
El chapoteo de aquellos seres tan
extraños empezó a salpicarle refrescándola y las risas la contagiaron y ella
también se puso a reír con alegría. -Parecen amables y se cuidan entre ellos-,
pensó. La piedra quiso poder participar también pero de nuevo se vio limitada
por su situación inerte y empezó a llorar desconsolada. El ser más pequeño salió
del agua y se tumbó en el suelo junto a ella sintiendo el calor del sol en su
cuerpo, de pronto se dio cuenta de lo que tenía al lado. La cogió entre sus
manos pequeñas y la piedra se sintió grande. Entonces se levantó de un salto y
corrió hasta donde estaban los que habían venido con él. Muy contento no dejaba
de dar saltos enseñando su descubrimiento y la piedra pensaba que se iba a
marear. En ese momento, cuando estaba a punto de desmayarse, el ser dijo lo más
hermoso que había escuchado nunca sobre ella: -¡Mamá, mira que piedra tan
bonita! Parece de marfil-. Sus amigas las águilas le habían contado lo valioso
que era el marfil. El ser la acarició y la miró con mucho amor, la lavó en el
agua y se la guardó en el bolsillo. La piedra se quedó dormida, tranquila
confiaba que su nuevo amigo no le haría ningún daño.
Al atardecer se pusieron en marcha.
Con los andares de su portador se despertó y se dio cuenta de que se la
llevaban lejos de allí para siempre, se sintió muy agradecida de haber sido
encontrada y se despidió de todo lo que había conocido hasta entonces.
Su
nuevo hogar era cálido y olía muy bien. El ser que la había recogido la dejó
sobre una mesa desde donde podía ver todo el lugar, se sentó y empezó a
decorarla. Le dibujó un corazón y una sonrisa, le puso su nombre por detrás. La
piedra se llamaba Marfil y el niño Pablo.
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